viernes, 3 de enero de 2025

¿Es la historia más aterradora que la ficción?

 



Cuando la realidad supera los horrores de la imaginación
 

El libro Ñanderoga, subtitulado El holocausto de un pueblo sojuzgado, es una obra emblemática de Hernán Ardaya Paz que aborda uno de los capítulos más oscuros y dolorosos en la historia de Santa Cruz, Bolivia. Con un enfoque histórico y testimonial, Ardaya denuncia los abusos y las atrocidades cometidas durante los años de represión bajo el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en la segunda mitad del siglo XX.

El término "Ñanderoga" significa esta es tu casa en lengua guaraní, refiriéndose a un edificio que inicialmente fue un espacio de reunión social y que, más tarde, se convirtió en centro de torturas conocido como el "Control Político". Desde esta simbología, la obra denuncia cómo un lugar asociado a la unión y pertenencia fue transformado en un epicentro del dolor y la injusticia.

La narrativa se organiza en cinco partes que registran cronológicamente desde la fundación del Comité Pro-Santa Cruz hasta las primeras manifestaciones en contra del centralismo del gobierno nacional, describiendo la instauración de "Ñanderoga" como símbolo del autoritarismo y relata episodios de tortura, huelgas de hambre y la resistencia civil, mostrando los cambios en los métodos represivos y la persistente lucha cívica. Hasta la caída de algunos líderes represivos y el legado de la resistencia haciendo una reflexión a la condena, al autoritarismo y un llamado a no repetir estos episodios de la historia.

El autor utiliza un estilo directo y contundente para relatar los hechos, exponiendo no solo las tácticas de represión política, sino también las humillaciones, torturas y crímenes cometidos contra ciudadanos cruceños que defendían su libertad y su derecho al progreso. A través de un exhaustivo uso de documentación y testimonios, Ardaya no solo narra los eventos, sino que también señala con nombres y apellidos a los responsables de las atrocidades, presentando un alegato valiente en defensa de los derechos de su pueblo.

El libro se erige como un homenaje a las víctimas de este período de opresión: mártires, perseguidos y exiliados, cuyas vidas y sufrimientos simbolizan la resistencia frente a la tiranía.

 

La dualidad del ser humano

 

Entre las líneas de esta obra, surge una pregunta inquietante y universal: ¿qué ocurre cuando las víctimas, en su afán de sobrevivir y combatir la opresión, asumen las mismas dinámicas de violencia de sus verdugos? La obra de Hernán Ardaya Paz, además de ser un testimonio histórico, explora este dilema, ilustrando cómo el dolor y la furia pueden transformar a los oprimidos en agentes de actos vengativo

Un ejemplo paradigmático de esta transformación en la obra es la respuesta violenta de algunos ciudadanos cruceños contra los agentes del Control Político tras años de torturas y vejaciones. Ardaya relata cómo el pueblo, enardecido por la sangre derramada, rodeó el edificio y exigió justicia inmediata, descargando su ira sobre los represores capturados (Ardaya Paz, 1967, p. 23). En estos momentos, el deseo de justicia se mezcla con el de revancha, y la línea entre víctima y victimario se difumina. Estas acciones, aunque comprensibles, reflejan la dificultad humana para preservar la ética en medio de la adversidad.

Este fenómeno no es exclusivo de Santa Cruz ni de este contexto histórico. Freud, en El malestar en la cultura (1930/2008), argumenta que la agresión es un instinto inherente al ser humano que la civilización intenta reprimir, pero que puede encontrar salidas violentas cuando se le otorgan las condiciones propicias. En Ñanderoga, los verdugos del pueblo cruceño ejemplifican esta idea: muchos de ellos, cegados por el poder y el odio, perpetúan actos de barbarie que trascienden cualquier justificación política o ideológica. La figura de los victimarios como hijos bastardos de la patria (Ardaya Paz, 1967, p. 45) ilustra cómo el poder corrompe y desata lo peor del ser humano. Es una constante en la experiencia humana: los que han sufrido traumas a menudo enfrentan la tentación de reproducir el daño, ya sea para defenderse, liberar su rabia o restaurar su dignidad. A nivel psicológico, esta dinámica también puede explicarse como un mecanismo de defensa. El concepto freudiano del retorno de lo reprimido describe cómo los traumas y frustraciones reprimidos resurgen de manera destructiva cuando el individuo tiene acceso al poder (Freud, 1919/2006). En Ñanderoga, los represores, muchos de ellos cruceños que colaboraron con el sistema opresor, son descritos como indignos hijos de esta tierra, prestos a coadyuvar en una campaña de avasallamiento sin precedentes (Ardaya Paz, 1967, p. 19). Este retorno del trauma reprimido se manifiesta en la crueldad hacia sus propios compatriotas.

La obra también nos recuerda que el sufrimiento puede corromper los ideales más nobles. Ardaya reflexiona: En la lucha por la justicia, muchos olvidaron los valores que la originaron, cayendo en las mismas prácticas que juraron combatir (Ardaya Paz, 1967, p. 67). Esta idea resuena con el pensamiento de Carl Jung sobre la "sombra" del inconsciente colectivo. Según Jung (1959), la incapacidad de integrar las partes oscuras de nuestra psique lleva a su manifestación destructiva en el comportamiento individual y colectivo.

La literatura y el psicoanálisis comparten un terreno común: la exploración de la condición humana. Esta obra, además de narrarnos un hecho histórico, nos invita a reflexionar sobre los límites del bien y el mal, la capacidad del ser humano para infligir sufrimiento y la importancia de conocer nuestra historia para evitar la repetición de patrones destructivos. Desde el punto de vista psicoanalítico, se puede analizar cómo la dualidad del ser humano, esa capacidad de ser víctima y victimario, se manifiesta en los eventos históricos y cómo la historia supera, en muchas ocasiones, los límites de la ficción.

Ardaya Paz describe con crudeza cómo un edificio que simbolizaba la unión y pertenencia fue transformado en un centro de tortura. Esta metamorfosis física del lugar refleja también la transformación psicológica de los actores históricos: los represores que alguna vez pudieron haber sido víctimas de otros sistemas o ideologías se convierten en agentes de opresión. Este fenómeno encuentra resonancia en el concepto freudiano del retorno de lo reprimido, donde los traumas y frustraciones reprimidos resurgen de manera destructiva cuando el individuo tiene acceso al poder (Freud, 1919/2006).

Freud, en su texto El malestar en la cultura (1930/2008), argumenta que la agresión es una parte inherente del ser humano, un instinto que la civilización intenta reprimir pero que puede encontrar salidas violentas cuando se le otorgan las condiciones propicias.

La reflexión que Ñanderoga nos invita a hacer es compleja, ya que nos desafía a considerar cómo el sufrimiento puede corromper los ideales más nobles y cómo, en la lucha por la justicia, la humanidad debe resistir la seducción del odio y la venganza. Para superar esta trampa, se requiere un compromiso con los principios éticos que trascienda el momento de dolor y un esfuerzo colectivo para transformar los ciclos de violencia en procesos de reconciliación.

Finalmente, Ñanderoga no solo es un testimonio del dolor cruceño, sino un espejo en el que todas las sociedades pueden mirarse. La obra nos invita a reflexionar sobre cómo superar la seducción del odio y la venganza. Como concluye Ardaya, la verdadera victoria de las víctimas no está en convertirse en los nuevos opresores, sino en construir un sistema donde nadie más deba sufrir como ellas lo hicieron (1967, p. 92). Esta afirmación se alinea con el ideal freudiano de sublimación, donde los impulsos destructivos se transforman en actos creativos y constructivos.

 

El horror histórico supera la ficción

 

La historia relatada en Ñanderoga: El holocausto de un pueblo sojuzgado pone de manifiesto una realidad que, en ocasiones, supera los límites de la ficción. La crudeza de los hechos narrados –torturas, humillaciones, persecuciones– refleja una capacidad de crueldad que podría parecer inverosímil en una obra literaria. Hernán Ardaya Paz describe cómo, en el edificio conocido como "Control Político", los cuerpos eran lacerados y mutilados con una frialdad que solo podía provenir de verdugos acostumbrados al dolor ajeno (Ardaya Paz, 1967, p. 54). Este nivel de barbarie, al ser registrado históricamente, se convierte en una irrupción del "Real", concepto lacaniano que define aquello que está más allá de la simbolización y que irrumpe de manera traumática en la experiencia humana (Lacan, 1953/1981).

 

Los hechos históricos que Ardaya relata funcionan como irrupciones del "Real" en el tejido social boliviano, exponiendo la fragilidad de las estructuras civilizatorias. Ardaya señala: Las mazmorras de Ñanderoga se convirtieron en un infierno en la tierra, donde la humanidad era reducida a cenizas por la saña de quienes, alguna vez, juraron protegerla (1967, p. 78). Este tipo de crueldad supera la ficción porque revela la deshumanización total del otro, una dinámica que Freud también exploró al analizar el "narcisismo de las pequeñas diferencias" (Freud, 1930/2008). Según este concepto, las mínimas diferencias entre grupos se amplifican para justificar el odio y la violencia, como sucedió en Santa Cruz, donde las diferencias políticas y sociales fueron manipuladas para perpetuar el terror.

 

El horror histórico también expone la paradoja de cómo lo irrealizable en ficción puede ser tristemente real en la historia. Las descripciones de Ardaya, como los gritos de los torturados que resonaban por las paredes de Ñanderoga, ahogándose en la indiferencia de los que administraban la represión (1967, p. 85), ilustran un nivel de maldad que parecería exagerado si no estuviera documentado. Lacan argumenta que el "Real" no puede ser plenamente simbolizado; en este contexto, las atrocidades cometidas representan una falla en la capacidad humana para racionalizar o justificar moralmente sus actos más oscuros (Lacan, 1953/1981).

También nos obliga a reflexionar sobre las consecuencias de esta deshumanización. Freud, en El malestar en la cultura (1930/2008), destaca que la agresión es un instinto que puede desbordarse cuando las estructuras sociales fallan. Ardaya refuerza esta idea al señalar que el odio institucionalizado no solo destruye a sus víctimas, sino también a los verdugos, que se convierten en sombras de lo que alguna vez fueron (1967, p. 112). Este reconocimiento de cómo la violencia afecta tanto a los oprimidos como a los opresores subraya la necesidad de confrontar el pasado para prevenir futuras irrupciones del "Real".

 

La importancia de conocer la historia

 

La obra de Hernán Ardaya Paz, Ñanderoga: El holocausto de un pueblo sojuzgado, no solo es una denuncia de las atrocidades cometidas durante un periodo oscuro de la historia de Santa Cruz, sino también un llamado a la memoria colectiva. En palabras del autor: Los cuerpos lacerados y mutilados de los desventurados que caían en las garras de los sicarios constituirán siempre el testimonio más vivido y patético de un pasado de vergüenza e ignominia (Ardaya Paz, 1967, p. 8). Esta afirmación subraya la necesidad de recordar para evitar la repetición de estos horrores.

Desde el psicoanálisis, Carl Jung subraya la importancia de integrar las "sombras" del inconsciente colectivo para evitar que estas se manifiesten de manera destructiva (Jung, 1959). La historia, en este sentido, actúa como un espejo que nos permite confrontar nuestras sombras colectivas y aprender de ellas. En Ñanderoga, Ardaya enfatiza que la indiferencia y el olvido solo allanan el camino para que el odio vuelva a brotar, como una hierba mala que nunca muere (1967, p. 92). Esta observación resuena con la idea de Jung de que la sombra reprimida puede dominar nuestra psique si no se le enfrenta de manera consciente.

El desconocimiento o la negación de los hechos históricos perpetúa ciclos de violencia y represión. Freud, en El malestar en la cultura (1930/2008), sostiene que la humanidad tiene que recordar para no repetir, una premisa que Ardaya también respalda al documentar minuciosamente las atrocidades cometidas. El autor se lamenta: Cada lágrima derramada por las madres y esposas de los torturados es una advertencia para el futuro; ignorarlas sería condenarnos a repetir el pasado (Ardaya Paz, 1967, p. 14).

La obra también es un recordatorio poderoso de la capacidad humana tanto para el mal como para la resistencia. Ardaya escribe: El pueblo cruceño, aunque golpeado y herido, nunca perdió su dignidad ni su fe en un futuro mejor (1967, p. 113). Este testimonio de resistencia se alinea con la idea freudiana de sublimación, donde los impulsos destructivos pueden transformarse en actos constructivos y creativos. La capacidad de los cruceños para convertir el sufrimiento en lucha cívica es un ejemplo de esta transformación.

En última instancia, Ñanderoga nos ofrece un testimonio indispensable para el proceso de memoria y aprendizaje colectivo. Ardaya nos invita a reflexionar sobre la importancia de recordar y confrontar nuestro pasado para construir un futuro más justo. Como concluye el autor: Solo al mirar de frente a nuestra historia, con todas sus sombras y luces, podremos aspirar a una sociedad verdaderamente libre y reconciliada (1967, p. 119).


Conclusión

Ñanderoga: El holocausto de un pueblo sojuzgado trasciende su papel como un testimonio histórico para convertirse en un profundo ejercicio de introspección colectiva. Hernán Ardaya Paz logra, a través de su narrativa, revelar la complejidad de la condición humana: la capacidad para resistir, pero también para caer en las mismas dinámicas de opresión que se buscan combatir.

La obra nos enfrenta a las paradojas de la historia, donde los límites entre el bien y el mal se desdibujan, y donde la búsqueda de justicia puede transformarse en una espiral de violencia. Sin embargo, también nos ofrece un mensaje de esperanza al mostrar cómo, incluso en los momentos más oscuros, la resistencia y la dignidad humana pueden prevalecer.

Al reflexionar sobre estos eventos, Ñanderoga nos recuerda que el pasado no debe ser olvidado. Solo al confrontarlo con honestidad podemos aspirar a un futuro donde la memoria y la reconciliación sean las bases de una sociedad más justa. La obra, en su crudeza y humanidad, se erige como un llamado a aprender del dolor para construir un camino diferente, uno donde la sombra de la historia sea iluminada por el compromiso con la justicia y la verdad.

 

Referencias

  

Ardaya Paz, H. (1967). Ñanderoga: El holocausto de un pueblo sojuzgado. Santa Cruz: Editorial Boliviana.

Freud, S. (2006). Lo ominoso. En Obras completas (Vol. XVII). Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1919).

Freud, S. (2008). El malestar en la cultura. En Obras completas (Vol. XXI). Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1930).

Jung, C. G. (1959). Aion: Investigaciones sobre el simbolismo del sí-mismo. Princeton University Press.

Lacan, J. (1981). Los escritos técnicos de Freud. Siglo XXI. (Trabajo original publicado en 1953).

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